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Entrevista por Ángela de la Torre extraída del poemario «El dulce néctar de las cicatrices«.

Poemas y cicatrices.

«Él estaba respondiendo a una de mis preguntas, y entonces se detuvo y me miró. Ninguno de sus poemas o relatos me había producido tanta desesperanza o miedo como aquella forma de mirar. Supe que al reírme había roto algo. No quisiera volver a asomarme a esas cicatrices. Son profundas e íntimas. Intensas. De alto voltaje».

En el salón de su casa hay una estantería grande. En ella descansan algunos libros. Maupassant, King, Poe, Lovecraft, Malzieu, Pastur. En una mesa hay un tapete verde con una baraja de cartas de póker desplegada. También unos post-it de propaganda de una marca de agua en los que hay algo garabateado, escrito con prisa, como con miedo a que se olvide. En uno de ellos se lee: “… la pasión como excusa para no perderse”. La luz es tenue y cálida. La lluvia repiquetea en las ventanas, pero su sonido se extingue en las notas de piano. Alejandro juega con una baraja de cartas de póker. Las baraja, las apila, las hace volar de una mano a otra.

¿Quién te hizo las cicatrices?

[Largo silencio]. Sería inútil decir quién, sino qué, cómo, cuándo y dónde. No habría un quién exacto y a la vez habría muchos. Al final, el mayor enemigo de uno es uno mismo; hay personas en especial, artistas, que tienen cierta predisposición a hacer, sin quererlo, cicatrices de pequeños rasguños. Eso en sí también es una cicatriz, qué paradoja.

Veinte años. Una compilación de relatos en su séptima edición. Ahora publicas este poemario… ¿Qué contiene?

Este poemario recoge algunas composiciones que escribí desde que tenía quince años hasta ahora. Las protagonistas s

Alejandro Revuelta

Alejandro Revuelta

on las más recientes, o las que se acomodan a una temática principal, que es la cicatriz y el daño que deja, así como su parte positiva. Es bastante más íntimo que La noche del artista, porque como poeta, sin apenas metáforas, me desnudo. Otra paradoja, porque la poesía es metáfora. Un relato de terror, al final, no expresa de forma tan concisa lo que expresa un poema, como puede ser un desamor o un vacío que te dejó alguien en el pasado al irse. Siempre diré que el poema es más delicado y mucho más personal que cualquier otro escrito como La noche del artista, que también tiene todo de mí, pero en este se puede ver con más claridad todo el néctar que tiene por encima.

A través de tu poesía hablas de un “yo” malherido en lo emocional.

Porque el arte es pintar con colores el vacío y nace del desequilibrio, y la poesía es abrir cicatrices. No es de extrañar que quien conecta directamente con esas emociones, que están dando latiguillos por todas partes, muestre lo más malherido de su ser. Lo que está bien es casi más difícil de tocar que lo que está pidiendo ayuda.

¿Cuándo surge ese desequilibrio?

Es una de las cuestiones que trato con mi psicoanalista. Puedo hablar de hechos muy concretos, de experiencias. Pero hay algo mucho más profundo, que yo intuyo viene de mucho más atrás. Creo que nos falta la memoria para llegar a esos sitios, a esos rincones. Es la eterna búsqueda del artista. El arte como una búsqueda del sentido, y sobre todo del “yo”. Uno no puede saber de dónde surge, pero sí puede saber lo que ha surgido, que tampoco es fácil… Y aprender a aceptarlo.

La entrada de un familiar en la cárcel también fue un determinante en tu vida.

Fue algo muy importante. Ocurrió justo en pleno desarrollo de mi autoestima. En primer momento lo viví casi como una tristeza lasciva. Agradable de vivir, agradable de luchar. Fíjate en lo curioso de lo que te digo: hay batallas que gusta librar, y esa era una de ellas. Cuando pasó todo, tiempo después, mi sorpresa fue encontrarme peor que durante la batalla. Me oirán decir muchas veces que ahora lamento tremendamente no haber llorado en su momento, porque ahora lo hago por cien. Uno de mis mayores consejos a aquellos que me preguntan es “llora”, porque si no lo haces en su momento, luego cada lágrima se reproduce por cien, con más agresividad. La cicatriz se hará también más profunda. De niño no lloré, ni con una cosa ni con la otra, absolutamente nada. Me mantuve en el lugar del adulto que no me correspondía.

Lo plasmaste en el papel en el relato La carta perdida.

Relato un hecho en concreto. Mi hermano, estando en prisión, me escribe una carta. Se la enviaba al niño de la casa. Fue importante para mí recibirla; también lo fue para él. Una de las cosas que decía en la carta es que era la que más le estaba costando escribir. Aquel fue el primer contacto entre aquella inocencia mía de entonces y un mundo mucho más turbio, que era el de la realidad. El contenido de aquella carta se me quedó grabado a fuego. Años después, como cuento en el relato, fui a buscarla y no la encontré. No estaba en ningún lado. No recordaba en qué libro la había metido. El relato viene a decir que no importa la forma, sino la esencia, y que todo lo que la carta decía lo guardo en mi corazón, en mis principios. Es por esto que digo que aquella carta perdida nunca se había perdido, paradójicamente. Curiosidad: la he encontrado recientemente al hacer unas mudanzas.

¿Dónde estaba?

En un libro de Harry Potter [sonríe].

Publicaste La noche del artista hace dos años. Con la madurez literaria que has adquirido en este tiempo, ¿cómo ves ahora tu ópera prima? ¿Cambiarías algo de ella?

Bueno, dice Isabel Allende que, para un escritor, un libro nunca está terminado. En su día hubiese cambiado algunas cosas, pero no; no puedo dejar de lado que La noche del artista representa casi un “bebé” de lo que es mi creación. Decidí publicarlo cuando noté que mi escritura progresaba, para no olvidar esos relatos, que en aquel momento para mí estaban más en el pasado que en el presente. De hecho, solo hay dos que escribo especialmente para La noche del artista: “Mamá” y “El espantapájaros”, que son los más maduros literaria y emocionalmente. Ese libro representa mi niñez, mi infancia, la parte inocente de las experiencias que yo viví de niño, escritas desde el lado dulce.

Alejandro tiene un tatuaje. El nombre “Mnemosine” ocupa todo su antebrazo. Las letras, con volutas, se entrelazan entre sí. La mujer no solo está presente en su obra, sino también en su piel. Cuenta que Mnemosine es la madre de las musas en la mitología griega, y también la personificación de la memoria. “Descubrí a Mnemosine por primera vez en una chica, una pareja que tuve. No quiero decir que este tatuaje sea por ella, insisto en que puede ser todo, pero la primera madre consciente de mis musas fue aquella chica”, explica.

El dulce néctar de las cicatrices

¿Qué libro o poema de tu infancia recuerdas con especial cariño?

Cuando empecé a tener inquietudes literarias e interés hacia lo desconocido hubo un libro y un poema que me marcaron como niño que era, fundamentalmente porque no eran para niños. El libro es El perfume, de Patrick Süskind, y el poema es El cuervo de Edgar Allan Poe. Con cinco años me causaba miedo cuando lo veía reproducido en Los Simpson, y con ocho ya lo había leído. Esos relatos me acompañaron desde siempre e incluso me reestructuraron el camino, uno que ni siquiera sabía que había empezado. También, si te fijas en esas estanterías, verás una gran pasión que tengo por la mitología de mi tierra, Cantabria. En ella hay criaturas que te observan detrás de los árboles, el agua no es un lugar seguro, hay sirenas que te pueden llevar quién sabe hacia dónde, bosques frondosos donde el ser humano no puede llegar. Allí habitan criaturas que no entendemos. [Pausa]. El terror y la magia estuvieron presentes en mi vida mucho antes de lo que creía.

Más tarde recuerda otro poema. Dice que fue muy importante para él. Recita unos versos acerca de un jardín botánico. El poema se llama A la izquierda del roble, de Mario Benedetti.

¿A qué escritora admiras?

A la autora de Frankenstein, Mary Shelley.

¿Hay algo de político en tus escritos?

Muy poco, porque no me gusta meterme en camisas de once varas. No es de lo que me gusta escribir. Tengo algún poema que no es político, pero que critica la política. No es algo que ahora mismo me llene. Mis móviles son ahora mismo más emocionales que políticos, y la política está, desgraciadamente, en un plano muy racional. No sería capaz de transmitirte nada más que una opinión racional. Mis emociones van por otro lado, primo hablar de cicatrices.

Cuando ocurrieron los atentados de París en 2015, y a modo de homenaje a los fallecidos, escribiste un poema que decía así: “Ódianos con la rabia del que sabe que cuando tú morías, nosotros nos besábamos”.

Fue una crítica a mí, a ti, y a muchos. Enlaza directamente con algo incluso más complejo: el individualismo. Me sentí por un momento vulnerable, pensando que mientras eso ocurría, mi preocupación era ligarme a una tía guapa. Me pareció injusto, igual de injusto como que se me reprochase por ello. El único que debería reprocharse tal cosa soy yo. Somos nosotros mismos quienes debemos hacer introspección en nuestro egoísmo. Lo explica Platón en el mito de la caverna. Ese poema refleja muchos pensamientos y emociones mías, pero al final viene a decir que ni tus besos son tan importantes ni su vida lo es, pero su vida es lo más importante del mundo y tus besos también lo son… Y viceversa.

Enumera además otros dos poemas, de los que dice estar orgulloso de haber escrito. Uno es El verano de las flores, que siempre hace aflorar emociones cuando lo recita en las actuaciones. Otro es Pseudosoneto del olvido, una composición que habla de un amor con el que llegó a la casa en la que se encuentra y con quien ya no comparte cama ni vida. Sabe que el desamor es un tópico, pero insiste en que la profundidad de todos los amores no es igual. “Estoy muy orgulloso de esos tres poemas. Son los que me están llamando mientras hablo contigo. Si los demás no me llaman, será mejor que no los nombremos”, decide.

En tu firma no aparece tu nombre, pero sí un pingüino con chistera.

Bueno, aparece un “A. Revu” en la pata del pájaro. Tiene su explicación. Hace unos años me compré dos palomas blancas para empezar a hacer magia con ellas. Y cogí la mala costumbre de dibujar en todas las pizarras del instituto la silueta de una paloma… Aún sin sombrero. La paloma blanca, no el pingüino, aunque lo parezca, siempre ha significado libertad. El sombrero representa, para mí, el arte. Uno de los versos de mis primeros textos decía así: “Que nadie robe nunca tu mundo: arte es libertad”. Para mí, la manera más fácil de alcanzar la libertad como individuo es a través del arte. Es una de las pocas llaves que te abren una vía a una realidad que no es la común. Y eso es lo que representa mi firma. Puede ser que se parezca a un pingüino porque de pequeño me encantaban… El pájaro que quiere volar, pero no puede.

Hablando de sombreros… el tuyo, el gris, se ha convertido ya en una marca de identidad.

Pues sí. Y surgió solo, sin pretensión de que me identificase. Una vez, en Madrid, un amigo me dejó un sombrero y me sentí bien con él puesto; era algo diferente. Meses después, también en Madrid, fui a un mercado con mi hermano y su mujer y veo un sombrero en una estantería. Solo quedaba uno, de mi talla. Fue como si, desde el otro lado de la tienda, estuviese pidiéndome que lo comprase. Desde ese día no ha pasado un mes sin que me lo ponga. Es un fetiche en mi vida.

Con respecto a la literatura y a la magia, ¿con qué dificultades te has encontrado en el camino?

Ha habido muchas, y mi corta edad ha sido una de ellas. Cuando la magia y la escritura se volvieron algo serio, tuve que enfrentarme a mí mismo para crecer, porque, aunque soy una persona llena de energía también tengo una tremenda tendencia a la vagancia y al estancamiento emocional. Esa ha sido la principal dificultad: lidiar simultáneamente con las ganas de progreso y las de estar aquí sentado, mirando una noche escarlata que a veces parece no terminar.

¿Qué es una noche escarlata?

Es el miedo al gran desconocido, que soy yo. Es mirarte en el espejo y odiarte. Darte menos valor que nadie. El deseo más profundo de desaparecer. Es entrar sin quererlo en un bucle de pensamientos autodestructivos que alimentan estas malas sensaciones. Las noches escarlata consisten en ser el espectador de una película que te horroriza en una televisión de la que no tienes mando…

En general, ¿de qué te arrepientes?

El arrepentimiento, acorde a lo que yo ahora quiero pensar que es mi filosofía, no existe. De cada error se aprende. Quien no se golpea no crece. Quien nunca se dio un golpe es porque no intentó volar, correr o andar. Uno puede nacer y quedarse en la cuna toda la vida, sin golpes, sin daño. Me recuerda al verso de Joaquín [Sabina]: “Si nos hundimos antes de nadar no soñarán los peces con anzuelos, si nos rendimos para no llorar declarará el amor huelga de celos”. Cada error es fundamental en el desarrollo personal.

Además de este poemario, ¿tienes algún otro proyecto entre manos?

Como proyecto, continuar con la gira y con mi espectáculo [Por amor al arte en tiempos de crisis], que cada vez llevo a más ciudades. Tengo entre manos la escritura del guion del espectáculo de G. Alexander, que es campeón europeo de manipulación, reciente finalista del programa Pura magia. Tengo pendiente escribir también un guion para Anthony Blake. Pero, sobre todo, seguir escribiendo y creciendo como persona; el mejor proyecto, el más duro. Es una de las grandes motivaciones que tengo presentes, el eterno aprendizaje de lo que es progresar. Y quien crece como artista, lo hace a la vez como persona.

Un mensaje a los lectores…

[Un largo silencio]. Me gusta mucho el silencio. Me gusta que se creen estos silencios cuando se hace una pregunta. En las conversaciones con psicoanalistas hay muchos silencios, que muchas veces son un fiel reflejo de la decepción. Muchas veces le gritamos a la vida ayuda y no nos responde. No hay nada más bonito que manejar ese silencio, pero tampoco hay algo más difícil. No sé si es este el cierre que quiero, pero es el que me ha sugerido el silencio que me ha invadido cuando me has hecho esa petición. Si nos están leyendo artistas, les diré que compartan, que no les haga creer nadie que su trabajo no vale; lo que importa son las sensaciones y saber transmitirlas. Al resto de personas, como explicaba al principio, les diría que no hay nada malo en hacer poesía, no escribiendo, sino llorando cuando uno tiene que hacerlo. Eso… Y que la lógica mata la ilusión.

A la pregunta de “¿Cuál es la canción que ha sonado durante toda la entrevista?”, responde que no sabe su nombre. Explica que la mujer de su hermano, cuando este cumplía prisión, fue a visitarle y se la enseñó. Le dijo que la escuchase cuando estuviese triste porque le relajaría las emociones. Imagina esta canción como el refugio al que acudió ante todas sus tempranas experiencias: muertes de familiares, separaciones, negocios en quiebra. “A veces, cuando la escucho, cierro los ojos, y no me cuesta imaginar a un niño muy delgado que sabe que fuera no va a entenderle nadie. Eso es lo que nos queda a los artistas: entendernos a nosotros mismos”.

 

Entrevista por Ángela de la Torre extraída del libro «El dulce néctar de las cicatrices«.

 

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